
En el caso que nos ocupa, desde los comienzos de los EE.UU. como nación independiente, esta política ha contado con un objetivo supremo: ejercer la dominación sobre el territorio y los habitantes de Cuba.
Según han transcurrido los años, décadas y siglos, esta política se ha desarrollado en circunstancias, escenarios y momentos históricos diferentes, en las cuales cada presidente de la nación ha debido realizar ajustes para preservar el objetivo estratégico: ejercer la dominación sobre Cuba.
Aceptar esta definición implica que ningún presidente de los EE.UU. puede por sí solo cambiar el objetivo supremo de esta política, aunque sí cualquiera de ellos puede modificar la manera de aplicarla, según se transformen las circunstancias.
Podemos distinguir tres etapas principales en esta política: la del acecho (1776-1898); la de la dominación (1899-1958); y la de los intentos de recuperación (1959- hasta la fecha).
Las dos primeras etapas han sido superadas por los acontecimientos históricos. Es esta tercera etapa en la cual los EE.UU. han fracasado en lograr restaurar su dominación sobre Cuba.
No haremos la larga historia de todo lo transcurrido en más de cincuenta y cuatro años. Basta referirse a las actuales circunstancias.
Los EE.UU. han fracasado en todas las acciones llevadas a cabo para restablecer su dominación sobre Cuba: aislamiento diplomático y político; bloqueo económico y comercial; lanzamiento de acciones de terrorismo, sabotaje y espionaje contra Cuba; promoción de la subversión interna para provocar un levantamiento armado contrarrevolucionario; invasión del territorio de Cuba por las fuerzas armadas regulares de los EE.UU.
Desde noviembre de 1980, cuando el presidente titular James Carter fue derrotado en su pugna por elegirse para un segundo mandato, se puso fin al único intento realizado por un presidente norteamericano para cambiar de raíz la política de EE.UU. hacia Cuba.
A partir de ese momento, sin que el gobierno de los EE.UU. abandonara ninguna de las modalidades adoptadas desde 1959, fue destacándose en la política norteamericana hacia Cuba la promoción de un “cambio de régimen” en Cuba que conllevara la “transición” hacia una sociedad capitalista y, por lo tanto, se crearan las condiciones para una restauración de la dominación norteamericana.
Esta adecuación de la política de los EE.UU. hacia Cuba se corresponde también con la alborada del siglo XXI que trae aparejada varias circunstancias que de hecho chocan con los propósitos norteamericanos:
- El proceso de actualización del modelo socialista cubano que es impulsado por los acuerdos del VI Congreso y de la Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba.
- Las transformaciones políticas, económicas y sociales en América Latina y el Caribe que van conformando una trayectoria histórica encaminada a desechar la dominación hegemónica de los EE.UU. en la región.
- La pérdida de la capacidad de dominación imperialista de los EE.UU. en el mundo; en los últimos veinte años, los EE.UU. han pasado de ser la potencia hegemónica unipolar a una situación de omnipresencia pero no de omnipotencia.
En la actualidad, y bajo la presidencia de Barack Obama, los EE.UU. se encuentran en una encrucijada con respecto a su política hacia Cuba: o mantienen la actual política encaminada a restablecer su dominación sobre Cuba (que por demás, está condenada al fracaso) o cambia su objetivo estratégico, abandona sus intentos de restaurar la dominación y promueve una política de convivencia con Cuba, respetando su independencia, su soberanía y la autodeterminación de sus habitantes.
Durante su primer mandato presidencial y en lo que corre del segundo mandato, Obamaha abrazado y hecho suya una versión light del disparatado proyecto de “transición” en Cuba patrocinado por George W. Bush, adornándolo con medidas de carácter cosmético para facilitar los viajes de familiares en ambos lados del Estrecho, “intercambios pueblo a pueblo” y relajamiento en las telecomunicaciones, dizque para promover la “democracia” y la “libertad” en Cuba, mostrando claramente que no está en sus propósitos realizar modificación alguna de carácter sustancial en la política hacia Cuba.
El paso más “osado” dado por el gobierno de los EE.UU. ha sido desvincular la exigencia de que Cuba excarcele al agente subversivo mercenario Alan Phillip Gross como precondición para continuar conversaciones bilaterales entre ambos países sobre temas particulares de interés mutuo, tales como las cuestiones migratorias y las comunicaciones postales.
El tiempo político que le resta a Obama de su segundo mandato, cuando enfrenta fuerte oposición republicana a sus acciones de gobierno y sus iniciativas legislativas; donde persiste la crisis económica, social y política del país; enfrenta profundos problemas de carácter internacional que reclaman su atención, además de las obligaciones que le impone el período electoral de mitad de mandato el próximo año y la responsabilidad de contribuir al triunfo del aún no conocido candidato presidencial demócrata en noviembre de 2016, no le permite emprender ningún cambio esencial en la política hacia Cuba. En resumen, Obama ha dejado pasar irresolutamente los ocho años de sus dos mandatos presidenciales sin aprovechar las circunstancias históricas que reclaman un cambio radical en la actuación de EE.UU. hacia Cuba. En ese escenario, Obama hará mutis sin penas ni glorias.
Ramón Sánchez Parodi, exdiplomático cubano, fue el primer jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington.
(Tomado de La Jiribilla)
(Publicado en Progreso Semanal)